Un Barcelona súper hizo un rondo con un Real Madrid tieso. Le metió tres, pero pudieron ser media docena. El campeón, víctima de algunos errores infames, abdicó desde la salida ante el equipo azulgrana, que le superó como canta Shakira: clara-mente. La Supercopa fue un abuso, un chorreo, un meneo. No hubo Clásico. En lo táctico, segundo repaso en tres duelos de Xavi a Ancelotti, incapaz de solucionar los problemas de un equipo que se está cayendo un poquito más cada partido y que emite síntomas preocupantes.
Érase una vez un Clásico en el desierto. Un Clásico fuera de sitio, exiliado entre jeques y turbantes, lejos de casa. Un Clásico atractivo, adictivo y lucrativo, como la canción de Shakira. Un Clásico con el morbo de siempre a medio camino entre la puerta grande y la enfermería. Con los adjetivos que acarician para el ganador (súperganador) y la crisis para el derrotado. Porque el que pierde un Clásico gana una crisis, eso es así de toda la vida de Dios.
Riad era testigo de la final de la Supercopa de España que dirimían el Real Madrid de Ancelotti y el Barcelona de Xavi, dos equipos maravillosamente imperfectos. Y en horas bajas, además, porque ni el Madrid se parece al Madrid ni el Barça se parece a lo que el relato imagina que será el Barça. Entre la resaca del Mundial y ese despelote de calendario que se llama enero, los dos grandes equipos del fútbol español no andan para tirar cohetes. Ni petardos siquiera.
Ancelotti y Xavi lo saben y por eso se protegieron. Carletto, que no tenía disponibles ni a Alaba ni al Tchoaméni ni a Lucas, apenas sorprendía en su alineación esperada con Camavinga por Rodrygo. El brasileño, tímido e irrelevante en la semifinal, volvía a ponerse el peto de revulsivo desde el banquillo. Fede Valverde sería el cuarto centrocampista. Xavi, por su parte, blindaba al Barça con un extremo menos y un centrocampista más. Y con Koundé de lateral para frenar a Vinicius. Busquets por Rapinha, que visto así suena conservador y un punto cagoncete. Busi, De Jong y Gavi poblaban el mediocampo y Pedri se colocaba por delante junto a Dembélé y Lewandowski. Ambos equipos se respetaban y, para qué negarlo, se temían.
Dispuestos todos los protagonistas y con De Burgos Bengoetxea (que Dios nos coja confesaos) al silbato, nos dieron las ocho y comenzó el Clásico. Lo hizo con un ritmo parsimonioso y metódico como un funcionario del Registro Civil. Ambos equipos alargaban sus posesiones cual un noble en la Edad Media. No había presión en ninguno de los costados. Es lo que tiene respetarse tanto.
Aprieta el Barça
El primer susto lo dio Araujo a los cinco minutos. El uruguayo, que es un coloso en las dos áreas, a punto estuvo de embocar un centro a balón parado de Pedri en el segundo palo. Le faltó medio número de pie. Ancelotti resopló y mascó chicle. La ocasión animó un punto al Barcelona en la presión, más por postureo que por convicción. Araujo se llevó puesto a Vinicius con un entradón de amarilla al que respondió De Burgos tapándose los ojos.
Otro uy de Lewandowski, que peinó arriba un centro de Gavi, fue el segundo aviso del Barça antes del cuarto de hora. El tercero fue el más claro. Lewandowski se hizo hueco en la medialuna del área y se sacó un disparo raso al que respondió Courtois con una mano imposible. El balón se estrelló contra el palo y el rechace lo echó a las nubes Balde, que la tenía a huevo para marcar. El Real Madrid estaba sonado y perdido. Le sujetaba su tremendo portero y la flor de Ancelotti, que es de hoja perenne.
El Barcelona dominaba el Clásico con comodidad. Hibernaba el Madrid metido en su cueva por delante de Courtois. Los blancos parecían cómodos en su bloque bajo que dicen los cursis. Que se lo pregunten a Vinicius o a Benzema, que no habían olido la pelota. Precisamente Karim tuvo el 1-0 en su cabeza en el 17. Fue un centro extrañamente bueno de Mendy, Benzema se sostuvo en el aire y conectó un testarazo bombeado que se marchó a la derecha de Ter Stegen.
Por fin el Real Madrid, todavía sin noticias de Vinicius anulado por Araujo, había comparecido a la final a los 20 minutos, aunque el partido era de color azulgrana. Los de Ancelotti lo fiaban todo a sus vertiginosas transiciones. Era el toque contra la zancada. Ambos equipos dibujaban sistemas simétricos con cuatro en el medio y dos tipos arriba.
Mendy le regaló una amarilla a Dembélé por una de sus habituales idas de olla. Era el preludio de lo que estaba por pasar. Ocurrió en el 33. Fue un error cocinado entre Rüdiger y Camavinga. Robó Busquets, que vio a Pedri y pilló en bragas a la defensa del Real Madrid. Lewandowski recibió entre líneas, asistió a Gavi, que se plantó delante de Courtois y le batió con un tiro cruzado. El Barcelona penalizaba los errores del Real Madrid, que vive Dios que no eran pocos, y encarrilaba la final de la Supercopa.
Regalos del Madrid
Y casi la sentenció al filo del descanso cuando una contra perfectamente encarrilada por Gavi y que volvió a pillar a todo el Real Madrid descolocado supuso el 0-2 para el Barcelona. Lo marcó Lewandowski, que había acompañado el contragolpe a la perfección, libre de marca en el segundo palo. Y fue sacar de centro y pitar el descanso. El equipo de Ancelotti tenía media Supercopa perdida. Por no decir entera.
Al descanso sustituyó Ancelotti a Camavinga, otra vez suspenso como titular, por Rodrygo. Vuelta al plan inicial y a buscar una remontada imposible. Pero el Real Madrid estaba perdido, superado, en coma futbolístico. En el 50 Courtois evitó el 0-3 al meter un pie salvador a una contra que condujo Balde y culminó Dembélé. Y otra vez el meta belga tuvo que salvar a su equipo en el 54 en un mano a mano con Lewandowski. Lo de la defensa del Madrid era para hacérselo mirar.
Y lo del centro del campo, también. Por no hablar de que Benzema y Vinicius estaban de cuerpo presente. En el 64 Ancelotti quitó a un desdibujado Modric para meter a Ceballos. Pero el Madrid ni tenía arreglo ni dejaba de pegarse tiros en los pies. En los dos. En el 68 un pase a ninguna parte de Ceballos lo aprovechó Gavi para robársela a Militao e iniciar una contra que culminó Pedri por el otro costado ante la impotencia de toda la zaga madridista. Pues eso, tercero del Barça y meneo en toda regla.
Respondió Ancelotti con más cambios: fuera Kroos y Carvajal y dentro Asensio y Nacho. Pero ya no había Clásico. Xavi esperó al 78 para sacar a Raphinha por Dembélé, que había completado un gran partido. A la Supercopa le quedaban diez minutitos más el alargue, pero no le quedaba emoción. Ter Stegen se lució a disparo de Rodrygo en el 79 pero habría sido sólo maquillaje.
El Real Madrid, que no había comparecido a la final en ningún momento, tampoco lo hizo en los minutos postreros a pesar del gol de Benzema en el descuento. El Barcelona se relamió toque a toque y supo esconder la pelota para levantar una Supercopa merecidísima que puede ser una enorme inyección de confianza para el equipo de Xavi que, al menos a día de hoy, parece que está a años luz de un Madrid en caída libre. Ya sabemos que al equipo de Ancelotti hay que matare muchas veces para que se muera, pero ya le queda una vida menos.